miércoles, 9 de mayo de 2012

4.1- Álbeniz, Falla, Y Granados

Isaac Albéniz

1860 - 1909 (Girona, España)

Isaac Albéniz Nació el 29 de mayo de 1860 en Camprodón, Girona. Recibió de su hermana las primeras lecciones de piano. Su primer concierto público tuvo lugar cuando tan sólo tenía 4 años, mismo año en el que fue presentado en el teatro Romea (Barcelona). A los ocho años se traslada con su familia a Madrid, asistiendo a las clases de Mendizábal en el Conservatorio. Se fugó de su casa cuando contaba 9 años y se embarcó en la fragata España con destino a Puerto Rico. Durante la travesía entretuvo a los pasajeros tocando el piano para pagar el pasaje. En Latinoamérica trabajó como pianista en varios países: Argentina, Uruguay, Brasil, México y Cuba. En el otoño de 1873 regresa a Madrid. Entre 1875 y 1878 asistió al Conservatorio de Bruselas y, poco tiempo después se transladaria a Budapest, donde entabla amistas con el compositor y pianista húngaro Franz Liszt (1878) y el compositor nacionalista español Felipe Pedrell (1883).
En 1891 se instala en Londres y en 1893 fija en París su casi habitual residencia; amigo de D'Indy, Chauson, Fauré, Dukas, Debussy y Ravel. Su obra maestra son las cuatro suites para piano Iberia (1906-1908), composición virtuosística y musicalmente compleja, compuesta en Niza durante algo más de dos años. También hay que destacar las piezas para piano Rapsodia española y Suite española, las óperas El Ópalo mágico (1893) y Pepita Jiménez (1896). Además fue autor de zarzuela y de lieder. Falleció el 18 de mayo de 1909 en Cambo-les-Bains (Francia). 

MANUEL DE FALLA

Durante su estancia en París compuso sus obras más célebres: la pantomima El amor brujo y el ballet El sombrero de tres picos (compuesto para cumplimentar un encargo de los célebres Ballets Rusos de Sergéi Diágilev), las Siete canciones populares españolas para voz y piano, la Fantasía Baética para piano y Noches en los jardines de España, estrenada en el Teatro Real en 1916. Su estilo fue evolucionando a través de estas composiciones desde el nacionalismo folclorista que revelan estas primeras partituras, inspiradas en temas, melodías, ritmos y giros andaluces o castellanos, hasta un nacionalismo que buscaba su inspiración en la tradición musical del Siglo de Oro español y al que responden la ópera para marionetas El retablo de Maese Pedro, una de sus obras más alabadas, y el Concierto para clave y cinco instrumentos. La madurez creativa de Falla comenzó con su regreso a España, en el año 1914.
En las obras El retablo de Maese Pedro y el concierto para clavecín y orquesta de cámara de 1926 se percibe cómo la influencia de la música folclórica es menos visible que una suerte de neoclasicismo al estilo de Ígor Stravinski. Mientras que en sus obras anteriores Falla hacía gala de una extensa paleta sonora, heredada directamente de la escuela francesa, en estas últimas composiciones, su estilo fue haciéndose más austero y conciso, y de manera especial en el Concierto. Los últimos veinte años de su vida, Manuel de Falla los pasó trabajando en la que consideraba había de ser la obra de su vida: la cantata escénica Atlántida, sobre un poema del poeta en lengua catalana Jacinto Verdaguer, que le había obsesionado desde su infancia y en el cual veía reflejadas todas sus preocupaciones filosóficas, religiosas y humanísticas.

ENRIQUE GRANADOS

 El estilo de Granados es una original mezcla que recoge la gran tradición romántica de Schumann y Chopin y el impulso del nacionalismo musical, tan pujante a finales del siglo XIX. En su música, Granados no manifestó una especial atracción por lo catalán, sino más bien por los períodos clásico y romántico de España, especialmente por lo madrileño. El mundo de la tonadilla, el folclore urbano de Madrid y su admiración por Goya inspiraron sus trabajos más destacados. Sus mejores obras se encuentran posiblemente entre la producción pianística (Danzas Españolas y Goyescas) y vocal (Tonadillas). Su obra orquestal no ha dejado más que una impresión tibia. Sólo el Intermezzo de la ópera Goyescas ha gozado del favor unánime del público, aunque fue escrito en el último momento y con las consiguientes prisas y por necesidades puramente escénicas, para salvar un tiempo muerto en el cambio de decorados. La ópera Goyescas se resiente del obligado molde que imponía la música ya escrita: el estatismo de la acción y la pobreza del argumento, la artificialidad y retorcimiento del texto, pasan factura a una obra que, por otra lado, cuenta con valores musicales evidentes.

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