Nació el 29 de mayo de 1860 en Camprodón, Girona. Recibió de su hermana
las primeras lecciones
de piano. Su primer concierto público tuvo lugar cuando tan sólo tenía 4
años, mismo año en el
que fue presentado en el teatro Romea (Barcelona). A los ocho años se
traslada con su familia
a Madrid, asistiendo a las clases de Mendizábal en el Conservatorio. Se
fugó de su casa cuando
contaba 9 años y se embarcó en la fragata España con destino a Puerto Rico. Durante la travesía
entretuvo a los pasajeros tocando el piano para pagar el pasaje. En
Latinoamérica trabajó como
pianista en varios países: Argentina, Uruguay, Brasil, México y Cuba. En el otoño de 1873
regresa a Madrid. Entre 1875 y 1878 asistió al Conservatorio de Bruselas
y, poco tiempo después
se transladaria a Budapest, donde entabla amistas con el compositor y
pianista húngaro Franz
Liszt (1878) y el compositor nacionalista español Felipe Pedrell (1883).
En 1891 se instala en
Londres y en 1893 fija en París su casi habitual residencia; amigo de
D'Indy, Chauson, Fauré,
Dukas, Debussy y Ravel. Su obra maestra son las cuatro suites para piano
Iberia (1906-1908),
composición virtuosística y musicalmente compleja, compuesta en Niza
durante algo más de dos
años. También hay que destacar las piezas para piano Rapsodia española y
Suite española, las
óperas El Ópalo mágico (1893) y Pepita Jiménez (1896). Además fue autor
de zarzuela y de lieder.
Falleció el 18 de mayo de 1909 en Cambo-les-Bains (Francia).
MANUEL DE FALLA
Durante su estancia en París compuso sus obras más célebres: la pantomima
El amor brujo y el ballet El sombrero de tres picos (compuesto
para cumplimentar un encargo de los célebres Ballets
Rusos de Sergéi Diágilev), las Siete
canciones populares españolas para voz y piano, la Fantasía
Baética para piano y Noches en los jardines de
España, estrenada en el Teatro
Real en 1916.
Su estilo fue evolucionando a través de estas composiciones desde el nacionalismo folclorista
que revelan estas primeras partituras, inspiradas en temas, melodías,
ritmos y giros andaluces o castellanos, hasta un nacionalismo que
buscaba su inspiración en la tradición musical del Siglo
de Oro español y al que responden la ópera para marionetas
El retablo de Maese Pedro, una
de sus obras más alabadas, y el Concierto para clave y cinco
instrumentos. La madurez creativa de Falla comenzó con su regreso a España,
en el año 1914.
En las obras El retablo de Maese Pedro y el concierto para
clavecín y orquesta de cámara de 1926 se
percibe cómo la influencia de la música folclórica es menos visible que
una suerte de neoclasicismo al estilo de Ígor Stravinski. Mientras que en sus obras anteriores
Falla hacía gala de una extensa paleta sonora, heredada directamente de
la escuela francesa, en estas últimas composiciones, su estilo fue
haciéndose más austero y conciso, y de manera especial en el Concierto.
Los últimos veinte años de su vida, Manuel de Falla los pasó trabajando
en la que consideraba había de ser la obra de su vida: la cantata
escénica Atlántida, sobre un poema del poeta en lengua catalana Jacinto Verdaguer, que le había obsesionado desde su
infancia y en el cual veía reflejadas todas sus preocupaciones filosóficas,
religiosas
y humanísticas.
ENRIQUE GRANADOS
El estilo de Granados es una original mezcla que recoge la gran
tradición romántica de Schumann y Chopin y el impulso del nacionalismo
musical, tan pujante a finales del siglo XIX. En su música, Granados no
manifestó una especial atracción por lo catalán, sino más bien por los
períodos clásico y romántico de España, especialmente por lo madrileño.
El mundo de la tonadilla, el folclore urbano de Madrid y su admiración
por Goya inspiraron sus trabajos más destacados. Sus mejores obras se
encuentran posiblemente entre la producción pianística (Danzas
Españolas y Goyescas) y vocal (Tonadillas). Su obra
orquestal no ha dejado más que una impresión tibia. Sólo el Intermezzo
de la ópera Goyescas ha gozado del favor unánime del público,
aunque fue escrito en el último momento y con las consiguientes prisas y
por necesidades puramente escénicas, para salvar un tiempo muerto en el
cambio de decorados. La ópera Goyescas se resiente del obligado
molde que imponía la música ya escrita: el estatismo de la acción y la
pobreza del argumento, la artificialidad y retorcimiento del texto,
pasan factura a una obra que, por otra lado, cuenta con valores
musicales evidentes.
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